Empiezo a trabajar en mi empresa un año antes de la Gran Recesión mundial de 2008. Muchos pensarán que es un mal comienzo. Apenas llevo un año cuando explota la crisis. Los puestos de trabajo empiezan a precarizarse hasta mínimos alarmantes (diría que hasta ilegales o, al menos, inmorales) o, directamente, te quedas sin él. Para mí sin embargo empieza un viaje hacia la conciliación laboral y familiar, que entiendo como un estado del bienestar para mí y para los míos. Os explico.
En abril del 9 nace V, primogénita y princesita de nacimiento. Como buen padre primerizo, durante la baja por paternidad aflora en mí un sentimiento hasta ahora tapado, cubierto por la inexperiencia en la materia. Es el enamoramiento hacia esa persona a partir del primer día en que aparece en tu vida. Sí, tu responsabilidad se multiplica exponencialmente a medida que pasan los días. Y sí, estás a su servicio…pero es que estás encantado de estarlo. Y el máximo de tiempo posible, el máximo que te permitan tus obligaciones.
En septiembre del 10, a pesar de algunas voces pesimistas que me desaconsejan mi proyecto, lo tiro para adelante: pido una reducción de jornada para poder estar con mi hija el mayor tiempo posible. Ya tiene un año y medio y me quiero perder las menos cosas posibles que tengan que ver con ella. Ningún problema. Me dan a elegir el total de la reducción que quiero hacer. Solicitado y concedido.
En junio del 11 la empresa nos ofrece trabajar desde casa tres de los cinco días laborables coincidiendo con un cambio de centro de trabajo que se hará en septiembre, a la vuelta de las vacaciones. No doy crédito. Me están ofreciendo poder trabajar desde casa y facilitarme la conciliación hasta unos niveles que ni el más optimista hubiera imaginado hace unos años. Por supuesto que me presento voluntario a ese “experimento”. Sigo con paso decidido mi viaje para conciliar al máximo mi trabajo, en el que me encuentro muy a gusto, con mi hija, que me tiene atrapado.
Antes de las vacaciones de verano, en julio del 11, mi viaje sufre un parón obligado. Tengo un accidente de moto yendo a trabajar y me rompo la clavícula. Baja forzada tanto en el plano laboral como en el familiar. Me paso todo el verano en cama. Un tormento. Vuelvo a trabajar en septiembre con ganas de estrenar el nuevo centro de trabajo y, sobretodo, el teletrabajo. Pero algo me está esperando sin que yo tenga la menor idea. El parón se convierte casi en una caída al vacío: en septiembre del 11 sufro un ICTUS que me lleva dos semanas a la UCI y me enseña lo relativo que es todo. Un gran susto con unas grandes conclusiones. En febrero del 12, tras varios meses de baja, mis ángeles de la guarda me operan en Bellvitge, con total éxito por cierto. Tanto es así que, ironías de la vida, vuelvo a trabajar el día del padre, 19 de marzo, un mes y una semana después de la intervención. Las responsables: dos doctoras a las que les debo todo desde que entré en urgencias, Mª Angels de Miquel y Lucía Aja. La vuelta al trabajo es un baño de afecto por parte de toda la empresa, empezando por mis compañeros de trabajo, pasando por mandos intermedios, y acabando en Recursos Humanos y Dirección.
Al cabo de unos días de volver a la actividad laboral y después de comprobar que desde la empresa todo son facilidades para mi comodidad viniendo de donde vengo, empiezo a teletrabajar. Tengo que decir que la confianza mutua hace que se convierta en algo apreciado por mí y por la empresa. Ninguno falla en sus previsiones y proyectos, todo sale como tiene que salir y cuando tiene que salir y, si no es así, la culpa no es del teletrabajo. Asumiendo la responsabilidad de tus obligaciones laborales la empresa te ofrece esa ventaja increíble: puedo llevar mi hija al cole, la puedo recoger, puedo comer con ella… ventajas y más ventajas. Los resultados y objetivos de la empresa no se ven afectados. ¿Qué más se puede pedir? Vuelvo a retomar el viaje.
En marzo del 13 nace L, el regalo después de la “reforma arterial” de hace apenas un año. Con la experiencia adquirida con V, que va a cumplir cuatro añitos, las labores de paternidad son más llevaderas pero el tiempo que tengo que dedicar a las pequeñas se multiplica. Descubro también que puedes estar enamorado de dos personas a la vez. Más responsabilidad y más trabajo, pero infinitamente más llevadero con mis condiciones laborales: tengo jornada reducida y teletrabajo. Estoy en el buen camino. De hecho, podría decir que ya he llegado al final de mi viaje.
En enero del 15 me separo de la madre de mis hijas, que van a cumplir seis y dos añitos. Tengo custodia compartida, lo que me obliga a ser padre/madre una semana de cada dos. Eso supone que en la semana que me desdoblo mis horarios se ajustan a las necesidades de las crías. En la empresa, ningún problema. Mi responsable incluso me propone marcar otro horario para las semanas que esté con las crías, según mi necesidad.
En abril del 15 me comunican que me han promocionado en la empresa con efecto retroactivo a 1 de enero. He tumbado la idea de que disfrutar de las ventajas de la conciliación te descarta para promocionar en tu empresa, al menos en la mía. Una promoción es un premio a tu trabajo y a tu responsabilidad. Sigo disfrutando de jornada reducida, flexibilidad horaria, la garantía de poder estar disponible para mis pequeñas cuando lo necesiten… Bajo mi punto de vista la conciliación laboral y familiar da un plus de motivación al trabajador que la disfruta que creo no se puede valorar en números. O sí.
Paco Blázquez. Wolters Kluwer